Debo reconocer que mis caminos y los de
Robe Iniesta se volvieron en direcciones contrarias hace mucho tiempo.
Quizás más del que sea capaz de recordar. No por nada en especial.
Simplemente pasó. Pero no es menos cierto que de un tiempo a esta parte,
me viene constantemente a la cabeza aquello de -...salir, beber, el rollo de siempre...-
Parece que por fin vamos a poder salir, aunque sea de forma controlada,
apocada, cronometrada. Pero va a ser complicado volver a los "rollos de
siempre". Al menos de momento. Estos días de confinamiento están
cambiando nuestros hábitos. Seguramente también nuestro carácter.
Tratemos de buscar una parte buena del asunto. Que es jodido hacerlo
cuando los datos devastadores de esta pandemia te golpean la cara. Pero
siempre hay una pequeña bombilla que brilla al fondo de la oscura
habitación. A mí el no poder colocar el codo en la barra del bar -¡Abrid
ya los bares, hijos de puta! (grita mi inconsciente)- me ha dado tiempo
y ganas para bucear aún más en todos los discos que tengo apilados en
las estanterías. Rescatar obras que ni recordaba cuanto hace que no
escuchaba. A veces. Otras incidir en el mismo disco una y otra vez. Que
en mi aguja de tocadiscos mando yo. Y a ti te encontré en la calle. Como
diría el fandango aquel.
Siempre
le pregunto a mis hijos -que pasean por la casa a ritmo de trap e
historias similares propias de su edad y generación- que harán con todos
mis discos el día que la patata me diga: ea, a tomar por culo. El
pequeño dice que se los quedará. La mayor ni me hace caso. Anda a otras
cosas. Enfrascada en unos problemas que piensan que pueden acabar con el
mundo, desde la perspectiva de su edad. Claro está. Desde la mía no
puedo evitar una sonrisa socarrona. Yo heredé muy pocos discos de mis
padres. Por no decir que casi ninguno. Casi todos los que habían eran de
copla o de Perales y compañía. Mi madre canta muy bien aunque la edad
haya conseguido mermar la capacidad de su garganta. Siempre la recuerdo
cantando coplas en casa. Después si me acuerdo, le preguntaré por
Whatsapp si lo sigue haciendo. Un día hace mucho, a raíz de un disco de
Chano Domínguez con Martirio, llamado "Coplas de Madrugá" me di cuenta
que me sabía todas y cada una de las coplas que pasaban ambos por el
tamiz del jazz. Y comencé a apreciarlas de una manera casi natural. Pero
aquellos discos nunca pasaron a formar parte de los míos. Sin embargo,
este de Lynn Andersoon si se convirtió en habitante de mi morada. Di con
él de puñetera casualidad. En los 40 Principales, Duncan Dhu cantaban
aquello de: "...dime tu nombre, y te haré reína de un jardín de
rosas...". Casualidades de la vida, un día enchufo en casa un disco que a
mi parecer de entonces, desentonaba entre Jurados y Serrats, y comienza
a sonar esa misma canción pero en inglés.
Lynn
Anderson era la protagonista. "Rose garden" la canción. Que también
daba nombre al disco. Editado en 1971 -un año antes de que servidor
llegase a este mundo-, tenía toda la pinta de ser uno de esos
recopilatorios que los sellos editaban en España para introducir a
artistas extranjeros -C.B.S. en este caso- más que un producto oficial
de la discografía de la cantante de Dakota. Y me aventuro con dicha
apreciación porque el disco de Anderson con dicho nombre, no coincide ni
en portada ni en track list con el mío. La cantante de country alcanzó
el éxito con su jardín de rosas en el año 70, convirtiéndose en un hit
importantísimo en la tradición de esos cantantes del country que
atravesaban con talento los terrenos del pop y se imponían en radios FM,
sobre todo más allá del océano con su navegación entre dos mares,
calando profundo entre el público blanco. O al menos entre el urbano,
que trataba de alejarse de la ortodoxia del country más "puro" que
construía su fortaleza en las zonas más rurales -hablando de EEUU claro,
aquí la historía cuando hablamos de música popular tiene muy poco que
ver-. Pero si algo me llamó la atención de aquel disco, que contiene
seis canciones por cada cara, es que en la segunda tronaba una
edulcorada pero no falta de fuerza "Proud Mary" que yo también conocía
por aquel entonces -he olvidado decir que debería tener unos 17 años,
así que nos vamos a 1989- gracias a la CCR y a Tina Turner.
Prometo que en algún momento del día le daré una escucha... o lo intentaré jejeje. Un placer leerte por aquí, tu casa.
ResponderEliminarRespecto a la herencia vinílica, mi hija, la fan de Billie Eilish, dice que solo se quedará con los de colores o los picture disc.
En fin, qué más nos dará cuando no estemos ¿no?
Feliz día.
Tengo pendiente a Lynn Anderson desde tiempos inmemoriales, y qué mejor ocasión que esta para darle una escucha. Yo he tenido suerte y he heredado muchos discos de mis padres, aunque es cierto que alguno he tenido que comprarlo de nuevo porque estaba, en fin, digamos que peleón. Una gozadaca de entrada, placerazo leerte como siempre
ResponderEliminarInteresante historia la de el vinilo que traes hoy. Es curioso como a veces os agarramos a hábitos sonoros: canciones o discos que asociamos a momentos del día, de la semana o de la vida. Pues que suene muchos domingos en casa. Yo le daré una vuelta, que estoy rompiendo moldes sonoros como tú. Un saludo.
ResponderEliminar