En una discografía tan mítica y mitificada como la de Iron Maiden todos tenemos nuestras filias y nuestras fobias. A pesar de que es una de mis bandas favoritas, no adoro con ceguera sus discos míticos, plagados de enormes canciones y algunos fiascos igual de memorables, ni trago la monotonía que han desarrollado con mejor o peor criterio en obras menos lúcidas. Y como hoy estoy juguetón y sus discos alabados han aparecido ya por el blog, me he permitido rescatar No prayer for the dying , el octavo hijo en estudio de los británicos. A esta obra se le ha acusado de falta de inspiración, de reciclar ideas, de una producción plana o de traicionar, directamente, el propio legado, en fin, que parece no tener defensores ni abuela siquiera. ¿Le damos amor? ¿O le damos caña? La portada refleja claramente la intención de volver a un sonido más simple o directo. Aparece nuestro amado Eddie de nuevo, pero esta vez no es lo mismo. Para empezar, observamos la personalidad de Killer y The number