Cuando era un pequeñajo, 1980, más o menos, de vez en cuando me dejaban al cuidado de una vecina sevillana. Esta mujer tenía un hijo. Debía tener catorce o quince años y siempre estaba en su habitación fumando y escuchando música. No recuerdo porqué, pero me gustaba andar hasta allí. Él me invitaba a pasar con media sonrisa, me preguntaba si quería escuchar música "de verdad" y no la mierda que ponía su madre. Claro, le decía, y el tipo me ponía casetes de Triana, Alameda, Guadalquivir y otros grupos del palo. Yo no sabía qué era el rock andaluz, ni quien era Jesús de la Rosa. No hacía falta. Entre la humareda de aquel cuarto y las guitarras y las melodías de aquellas canciones me creía en un reducto mágico y especial. Una de esas casetes (ferro o chrome) comenzaba y terminaba (cara A) con Señor Troncoso (ignoro la razón). Ese tema me quedó en el subconsciente, en el recuerdo. Más de diez años después volví a escuchar aquella canción en la radio y algo se me revolvió: