Lo que me ha ocurrido con este disco sigue sin tener ningún sentido, o al menos yo continúo aferrado a la incapacidad de ver más allá de mis narices para poder explicarlo con lógica. Pongamos a punto el DeLorean para volver a esas navidades donde la pandemia todavía podía definirse como un disco malo de R.E.M.: inexistente. En diciembre de 2019 todo eran planes de conciertos para el año siguiente, iban a venir los Black Crowes, Graham Nash, parecía que Lucinda Williams también... y en medio de todo el meollo, se anuncia la noticia que me hizo vibrar, por decirlo suave, cuando me enteré en la estación de Aluche: John Frusciante volvía a los Red Hot Chili Peppers. Joder, la felicidad era eso.
En lo que vamos preparando el condensador de fluzo (glorioso error entre errores) para la vuelta, démosle al César lo que es del César: Josh Klinghoffer hizo una labor cojonuda a las seis cuerdas de la banda, labor nada sencilla, desde que sustituyera a John tras la gira de Stadium Arcadium hasta aquellas navidades donde la vida, como siempre decía Andrés Montes, podía ser maravillosa. En estudio su paso por la banda vale una y mil veces la pena, solamente por esa gloriosa joya infravalorada que es The Getaway, camino de ser otro One Hot Minute 2.0, mientras que en directo el tipo cumplió como lo que es: un guitarrista cojonudo. A ver si P.J. Harvey o Eddie Vedder van a querer tocar con cualquiera. Pero dicho eso, yo he visto muy pocas veces la química que fluye entre Frusciante y Flea cuando fusionan sus instrumentos, y en esta gira lo están volviendo a demostrar.
En fin, que desde aquel simple anuncio de la vuelta de John yo ya empecé a salivar al pensar en lo que nos podrían entregar los Red Hot Chili Peppers. Cuando salió Black Summer, primer single del disco, la escuché compulsivamente. Me gustó muchísimo, prácticamente no había día sin mi monodosis de la cancioncita, con posterior destrozo incluido patrocinado por mi Epiphone. Y así pasaban los días, algunos de ellos más fáciles de olvidar que la canción de los Kinks, hasta que llegó el día de la salida del disco. Por supuesto, como buen animal racional que huye de la superstición, en absoluto relacioné las diecisiete canciones del disco con las diecisiete del glorioso Blood Sugar Sex Magik. Para nada influyó en mi expectación, mi nerviosismo y mi desesperación por escucharlo de una vez ese hecho. En fin...
Una mierda como un piano. Eso pensé la primera vez que, por fin, escuché el disco. Mi puta vida, tantos años esperando para esto, es aburrido de cojones, las canciones me transmiten lo mismo que Jesús Gil con la camiseta contra la corrupción, esto no tiene sentido, ojalá no toquen ninguna canción del disco en Sevilla, qué jodida pesadilla... todo eso, y más, lo pensé durante los primeros intentos por escuchar el disco. Breve aclaración: el disco lo tengo ahora mismo sonando.
Y la contraportada, con las diecisiete cancionazas, a la altura de las circunstancias
No sé en qué momento fue, no tengo una historia de las que emocionó a Spielberg para introducir aquí acerca del instante en que todo cambió y empecé a enamorarme del disco, pero así me encuentro en estos momentos. Desde que compré el disco, no hará más de un mes, he perdido la cuenta de las veces que lo he escuchado. Ahora juego a recitar Poster Child intentando no morirme cada vez que suena cuando antes la pasaba sin ningún tipo de pudor, Watchu Thinking me parece una canción maravillosa que me transporta directamente al Mother's Milk cuando antes me parecía un truño mayúsculo, The Great Apes me levanta como un resorte y durante cinco minutos soy mejor batería que Ginger Baker, con el bajo apisonadora de Flea en Here Ever After me motivo como cuando de adolescente el entrenador me decía que iba a ser titular...
Levanto la aguja después de que Tangelo haya puesto fin al disco a lo Road Trippin' y sigo flipando. Creo que es la primera vez en mi vida que paso de aborrecer un disco a estar enganchado a él, hasta el punto de gozar las diecisiete canciones. Igual me estáis leyendo y pensáis que vaya puto lunático, yo qué sé. Nunca he tenido un disco favorito de estos tipos, de los que tengo ahora mismo ocho en la estantería, pero desde luego este me tiene tan enganchado como en su momento me tuvieron otras de sus obras consideradas hoy clásicas. No tengo ni puta idea de si seguiré flipando con estas canciones dentro de diez años, pero a día de hoy yo me declaro adicto a Unlimited Love. Qué demonios, como bien decía Robin Williams en El Club de los Poetas Muertos: Carpe diem.
Ufff!!!! De verdad, háztelo mirar
ResponderEliminarPartiendo de la base de que nunca he sido un seguidor de los RHCP y solo me han hecho tilín canciones sueltas, afronté hace unas semanas la escucha del disco que finalicé casi sin darme cuenta, más que nada porque no me marcó y llegó un momento en el que mi cerebro lo captaba como si de música de ascensor se tratase. Hoy, cumpliendo con la ley no escrita de escuchar TODO lo que aparece en este blog, me he puesto a hacerlo de nuevo, con algo más de atención en respeto a tu entrada, muy divertida por el tono autoflagelante. Y lo cierto es que el inicio no ha podido ser mejor. La primera cancióncilla me ha gustado... pero a partir de ahí, nada de energía hard funk – salvo algunas pinceladas aquí y allá – , un álbum más en la onda de sus últimos tiempos más calmaditos. Bueno, más que calmaditos, algo soporíferos en algunos momentos aunque en ocasiones de manera agradablemente cálida y envolvente (caso de Not the one). En resumen, con calidad sobrada, agradable de escuchar y con algunos momentos remarcables... pero chaval, a ti te pasa algo porque ese enamoramiento no es normal jajajajaja. Feliz finde.
ResponderEliminar" Con los inserts con sus letritas y fotitos, como tiene que ser". Pues sí, así debería ser. Yo tengo (y me temo que sigo comprando) discos de finales de los ochenta y primeros noventa, editados en España, más pelados que las ingles brasileñas. Hoy se agradece el cuidado de las ediciones, con sus carpetas gordas y dobles, los inserts, etc. Nos sacan la pasta con honradez. Muy chula la edición, por cierto. En cuanto a la música... Me temo que estoy en la parte de ¡vaya mierda de disco! o, quizá, a todo me suena a lo mismo que antes. Le daré otra escucha, aunque no creo que haya una transformación como la tuya. Entre otras cosas, porque nunca se convirtieron en un imprescindible y apenas tengo los cedés más famosos. Muy divertido tu post. Un abrazote.
ResponderEliminarBueno, pues no me ha horripilado. Pero tampoco me ha sorprendido. No sé, la misma sensación de cuando sacaron el By the way, tras el enorme Californication. Luego resulta que en directo (los vi en el 2003 en Vista Alegre), no sonaba tan mal ese disco medio pop. Quizás con este pase igual. Me suena que ibas a verlos en Sevilla? Ya nos dirás.
ResponderEliminarLa entrada está chula, has sabido transmitir esa sensación que todos hemos tenido con algún disco. A mí me pasó con uno de Standstill, Viva la guerra. Lo escuché una vez y lo desterré meses. Luego terminó siendo un habitual en mis escuchas. Pero, ese tipo de discos, luego vuelven a pasar al olvido. Un saludo