Hay álbumes que se resisten a aparecer por estos pagos porque son obras tan incontestables y sobre las que se ha dicho y escrito tanto que parece que sobra regresar a ellas. Pero hoy me siento en la necesidad de que eso no me afecte y he venido a expresar obviedades. Creo que no miento si os digo que descubrí a los Megadeth con el So far, so good... so what! [aquí] y es un disco que adoro, como otros de la banda. Sin embargo, creo que es en este Peace sells... but who’s buying? en el que se sientan las bases de la carrera de Dave Mustaine y sus Megadeth. Y sí, desde un punto de vista comercial o de calidad compositiva o de sonido, quizás otros álbumes están por encima... pero la importancia de esta obra es capital (sí, yo también utilizo mucho los tres puntos), desde su icónica portada hasta su última nota. Por eso, aunque Omar Sandoval ya comentó [aquí] hace más de una década este disco desde una aproximación más sentimental que musical, me he decidido a hablaros de él aprovechando que este próximo año se cumplirán 40 de su lanzamiento. No me he podido esperar, qué queréis.
Así, tras el rabioso, crudo, sucio y primario debut
Kiling is my business... and business is good! tocaba darle continuidad al grupo. Sin embargo, ignoro si por falta de
confianza o liquidez, el sello Combat Records tan sólo asignó a la
banda un presupuesto de 25.000 dólares. Eso les permitió hacerse con los
servicios de Randy Burns, que había trabajado como ingeniero de sonido para el disco de debut de
los Suicidal Tendencies, quien se vio en la tesitura de grabar con rapidez una obra que debía
superar en ventas el mencionado Killing is my business a la vez que
lidiaba con la difícil situación del grupo. Y mira, te pueden caer bien o
mal y te puede gustar su música o no, pero es de ley reconocer las ganas y
determinación que le pusieron –Mustaine y Ellefson tenían veintipocos
años en ese momento– a la hora de hacer realidad sus sueños. El primero sólo
poseía una guitarra y durmió numerosas noches en el suelo del apartamento de
la novia de Burns, y el segundo tampoco tenía hogar propio en esa época y compartía un
apartamento infestado de cucarachas con una prostituta en Hollywood. Por su
parte, Chris Poland vivió en el
coche de Burns mientras duró la
grabación. Es decir, un mes. De hecho,
Burns grabó todas las baterías y
gran parte de las líneas de bajo en tan sólo cuatro días, más que nada
porque los Music Grinder eran unos estudios caros aunque para el
productor, su techo de madera y paredes de ladrillo de la sala de grabación
fueron los responsables de conseguir ese sonido oscuro y grueso que
caracteriza al álbum. El secreto era dedicar el mayor esfuerzo a conseguir
una base rítmica de calidad y luego añadir voces y guitarras en estudios más
baratos como los Mad Dog de Venice o los Rock Steady de
Hollywood.
Junto a Randy Burns, Dave Mustaine consta como coproductor además de como autor de los temas. Sin embargo, tal como Dave Ellefson y el productor han declarado recientemente, en un aspecto técnico el líder de la banda tuvo más bien poco que ver con la grabación de Peace sells... but who’s buying. Y aunque en sus conversaciones con Burns, Mustaine tuvo siempre muy clara la dirección que debía tomar la obra, el productor afirma que nunca estuvo encima de él y le dejó trabajar libremente con la inestimable colaboración del ingeniero Casey McMackin. Por otra parte, parece ser que la contribución de Ellefson, Samuelson y Poland en la parte musical de la composición fue mayor de la que reconoce Mustaine. En ese sentido, Randy Burns estaba impresionado por la técnica de Chris Poland y por su carácter amable pese a que en aquel entonces estaba sumido en una fuerte adicción a la heroína, algo que exasperaba a Mustaine al estar determinado a que nadie le hiciese sombra en lo que él concebía como su proyecto personal. Y si bien es cierto que a veces las sesiones de grabación comenzaron un par de horas tarde porque Chris y Gar tenían que ponerse antes a tono, Burns afirma que no cree que eso tuviese mucho peso a la hora de grabar el álbum ya que según él sólo pasó dos o tres veces. Además, con ese discurso parece que solo esos pobres tenían problemas cuando resulta que los dos Dave abusaban del alcohol y las drogas en el mismo momento. Quizás su comportamiento era más profesional y comprometido, no sé.
Total, que cuando se finalizó la grabación, el resultado era tan bueno que despertó el interés de Capitol Records, quién compró los derechos a Combat y –vaya pordiosss– contrató a Paul Lani para mezclar el material grabado por Burns. Y ese fue el disco que compramos todos en aquel momento –en el presente siglo apareció una reedición con las mezclas originales de Randy Burns–, con su icónica e inolvidable portada a cargo del neoyorquino Edward Repka (un prolífico ilustrador habitual desde entonces en innumerables portadas de álbumes de heavy metal y derivados), Dave Mustaine a la voz y guitarra, Chris Poland a la guitarra, Dave Ellefson al bajo y coros y Gar Samuelson a la batería. Como veis, por eso, mi edición es la mala, es decir, la que no lleva la funda interior con letras, thanks list e ilustraciones. Una pena.
¿Y qué puedo deciros del álbum en su vertiente musical?, pues que es un
DISCARRAL. Y hasta aquí lo único inteligente que se puede comentar del
disco. Pero ya os he dicho antes que aquí estoy yo para ahondar en lo obvio
así que os diré que el soberbio e imprescindible tracklist comienza
con la estupenda Wake up dead, sin casi líneas vocales, una base rítmica machacona, unos
riffs poderosos, unos solos geniales y unos cambios de ritmo
fantásticos. Le sigue
The conjuring, con esa melodía inicial oscura acompañada de ese bajo fantástico que
desemboca en otra sucesión de cambios de ritmo, guitarras maravillosas y
riffs asesinos.
Entonces llega Peace sells, temarral donde los haya, con gran presencia del bajo, un
riff imprescindible –Ellefson afirma que Mustaine y él la
compusieron de la nada en un par de horas– y una letra demoledora contra la
sociedad norteamericana de la época. La primera cara finaliza con
Devils island –otro gran tema
con fuerte protagonismo de
Ellefson–, rápida y de riff y estribillo repetitivos aunque también posee
cambios de ritmo y unos afilados solos.
La cara B se inicia con los delicados punteos de la primera parte
instrumental de
Good mourning/Black friday, que desemboca en el tema en sí, otro lleno de cambios de ritmo en el que
la rabiosa voz de Mustaine –un
tipo que no canta, mastica y escupe las palabras– sobrevuela una sucesión de
riffs cimentados en una batería machacona y atronadora. Otro temarral
es Bad omen, con una entrada in crescendo que sirve como preludio a otra
sucesión de riffs envueltos en una base rítmica gruesa y monolítica a
cargo de Ellefson y
Samuelson.
Y si en el debut de la banda
Mustaine nos ofrecía su versión
de un tema popularizado por
Nancy Sinatra, el guiño a los clásicos de este disco nos llega de la mano de una
I ain’t superstitious de
Willie Dixon grabada
originalmente por
Howlin’ Wolf que a mi me sobra
del todo en esta ocasión. Para poner la guinda al álbum llega
My last words, otro estupendo temarral –quizás el de sonido y estructura más puramente
metalero y menos thrash style– con unos riffs, base rítmica,
solos y voces fabulosos que en algún momento me remiten a los iniciales
Maiden con
Di’Anno.
Pues eso es todo, una reseña innecesaria y sin nada que aportar al común
parecer de los amantes del heavy metal del siglo pasado, aunque creo
que merecida en cuanto a reivindicación de una obra
imprescindible.
¡Feliz viernes!
@KingPiltrafilla
Un disco que sigue supurando rabia. Devil Island es mi favorita y la versión del tema de Dixon a mi si me gusta, seguramente que pudo descolocar en aquel momento, pero si fue así no lo recuerdo. Mi copia es de EMI Fama y por ahí anda, de vez en cuando la hago sonar.
ResponderEliminarSaludos y buen finde!
Buen finde y gracias por comentar. KING
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