Año 1979. Suena el teléfono en un despacho de Portobello Road en Londres. Richard Branson levanta el auricular y, tras saludar, escucha atentamente. “¿Una banda de Kansas con violinista, varios cantantes y un rollo rock melódico? ¡Ficha a esa banda!”, gritó. Y, quizá, esto fue el momento más importante en la carrera de un grupo de muchachos que llevaban años pelándose el culo por los escenarios de Kansas y Misuri y alrededores buscando su oportunidad, hasta, por azar, convertirse en la primera banda yanqui en firmar por la emergente compañía Virgin Record, parte de lo que en los años ochenta y noventa se convirtió en un emporio multimedia planetario. La compañía de discos, formada a principios de los setenta, no pudo comenzar con mayor acierto: su primera publicación se tituló Tubular bells de un tal Mike Oldfield, muchacho descubierto por Tom Newman, uno de los socios por entonces. Tras un tiempo centrados en el progresivo y el krautrock ( Tangerine Dream, Faust, Gong ) comenza...