Hoy te propongo dar un paseo en coche por la margen derecha del río Assiniboine, a principios del otoño de 1979, contemplando a lo lejos las primeras casas de Winnipeg. En el coche, un Volkswagen Rabbit, van apretados en el asiento de atrás Ralph James, David Budzak y Gary Golden, un poco a su aire, mientras delante George Belanger y Glen Willows mantienen una conversación sobre el siguiente paso en su carrera. Mañana es el día. Cogen un autobús hasta Toronto y de allí un vuelo a Nueva York. Donde les espera su gran oportunidad. Durante los últimos meses han estado bregando de garito en garito haciendo tres pases diarios de cuarenta y cinco minutos llenos de versiones, donde colaban alguna canción propia. Ahorrando el suficiente dinero para este viaje.
Y lo curioso es que ya tenían un disco en el mercado, Victim of a song (1979), un estupendo álbum de rock melódico que editó la compañía Inter Global Music unas semanas antes de ser comprada por Epic. Ni promoción, ni gira. La falta de apoyo les obligaba a viajar por su cuenta y tocar constantemente de ciudad en ciudad dos o tres sets de canciones cada tarde; incluso se turnaban para pasearse por las tiendas de discos y los comercios de la zona asegurándose de que tuvieran su debut (para encargarlo si no) y, de ser el caso, posicionarlo bien visible en las estanterías. Las canciones de ese disco sonaron con fuerza en las radios locales y del género en Canadá, alcanzando un disco de oro a pesar de todo. Los muchachos, sin contrato, se ganaban la vida en esas múltiples sesiones hasta que recibieron la llamada de Jack “Aerosmith” Douglas. Quería que ficharan por Epic ¡precisamente! Jack era amigo de los productores de su primer álbum y hasta aparecía en los créditos como “productor ejecutivo”. Cuando se enteró de su situación decidió hacerse cargo, es decir, darles una oportunidad bajo su ala.
Al final de los años setenta el hard rock melódico, eso que a veces se llama AOR, otras melodic rock, empezaba a ocupar un lugar significativo en las estanterías de las tiendas de discos. Boston, con su debut en el 76, había abierto una brecha para esos sonidos, por entonces, novedosos, donde mezclar melodías almibaradas, guitarras rugosas, teclados y armonías imposibles resultaba cool y sonaban de cine en la radio. Meat Loaf y su Bat out of hell (77) lo llevaron un poco más allá. A partir de ahí todo fue una creciente explosión de joyas: los propios Boston con Don’t look back (78), Foreigner y Toto con sus primeros discos, o el fantástico Head games (79), Journey con el fichaje de Steve Perry en Infinity (78) y Evolution (79) o Styx partiendo la pana con Piece of eight (78) y Cornerstone (79). Ponle peguitas.
En este marco sonoro, Douglas buscaba su gema para pulir, los muchachos que le hicieran rico y famoso. Y en esa estaban los cinco jóvenes de ese coche, esperanzados, que formaban Harlequin. En pocos días entraban a grabar en los míticos Record Plant con Jack Douglas a los mandos. La oportunidad de dar el gran salto. Y esa conversación decidía qué canciones presentar a Mr. Douglas. Por que la banda llevaba concierto tras concierto y ensayo tras ensayo tocándolas una y otra vez, puliéndolas, dando martillazos a las aristas, limando los detalles, frotando los bordes.
Esa ilusión, ese fuego juvenil, lo vas a escuchar en el disco que te presento hoy: Love crimes, de los canadienses (eso es, de Winnipeg) Harlequin. Los muchachos del coche: Belanger a la voz y Willows a la guitarra, los principales compositores; Golden a los teclados, las guitarras y las marimbas (cómo te quedas), James al bajo y Budzak a la batería. Su ilusión estaba más que justificada. El “afamado” productor ponía su propia firma en los arreglos, las composiciones y la producción de esta nueva obra. Por entonces, Douglas había trabajado en los discos más famosos de Aerosmith (Get your wings, Toys in the attic y Rocks) y acababa de terminar su colaboración con John Lennon; entre tanto, su nombre figuraba en los créditos de Patti Smith, Alice Cooper, Montrose, Cheap Trick, Frankie Miller o Derringer.
Nuestros viajeros aprovecharon la ocasión para recoger lo mejor de su repertorio, diez canciones con la esencia del hard rock melódico con todos sus clichés y sus gloriosas locuras, la mayoría compuestas por Belanger y Willows y con arreglos y aportaciones de Jack Douglas.
Innocene resultó ser su mayor éxito. Con un riff de Glen, Belanger construyó un precioso sencillo donde los teclados llevan la melodía junto a la voz. Buenos cambios, estribillo pegadizo, producción limpia y épico final. Listos para el mercado. Suena guitarrero Love on the rocks, con un tono macarra muy “Aerosmith” en un ritmo acabalgado. Balanger da lo mejor de sí (no es Perry, pero se defiende bien en el fraseo y los agudos). Temazo seventies. Sigue Thinking of you, segundo single, que tiene una curiosa anécdota. A la banda se les acusó de robar la canción del Paperback writer de unos tal The Beatles. Es un poco rizar el rizo, aunque ese comienzo y esos arreglos al final de las líneas vocales pueden tener su reminiscencia. Juzguen ustedes. A mí no me lo parece, sobre todo por que la mayor parte del corte rueda por otros caminos. Bueno, ahora que te lo he dicho, un poquito se parece. Ojo al solo de Willows. It’s all over now comienza con la batería estupenda de Budzak y camina por la senda del AOR sin salirse un ápice; quizá de los mejores estribillos. Me gusta el piano. Qué coño, es de las mejores del disco. La única compuesta a solas por Willows. En Heaven (dial 999) resuenan de nuevo los Beatles, sobre todo en el estribillo. Única aportación compositiva de Golden, se sale un poco del resto del sonido, pero cuadra bien al final de la cara A.
A estas alturas, parece claro que la voz de George Belanguer es muy particular. Según él: “I got my vocal training at Catholic School as part of the choir and was taught by nuns through elementary school. I was sent to college and minor seminary on a path to priesthood. It was while I was in seminary that I first heard the “calling.” Esta “llamada” a la que hace referencia no fue nada divina: descubrió el rock, dejó la escuela y fundó su primera banda (Next). Poco después conoció a Budzak y se enroló en Harlequin.
Vuelve el meneo de caderas al girar el disco, porque Sayin’ goodbye to the boys es rápida y directa (ojo: banda melódica canadiense, 1979) con la voz rasgada en el estribillo y cierto tufillo Aerosmith en los arreglos de guitarra y los cambios (al fin y al cabo, Douglas siempre se apuntó el éxito del “sonido Aerosmith”). Pegajosa melodía la de Wait for the night, con un sencillo crescendo en las estrofas y el puente que acaba en “ese estribillo” que todas las bandas buscaban, el que suena en la radio y se recuerda hasta la tienda de discos más cercana. En Crime of passion se ponen serios, con un toque prog y arrastrando el tempo. En esta también firma Douglas como compositor. Quizá la que peor sienta a la voz, aunque, para nada, hace un mal trabajo. Can’t hold back es un petardo en el culo que no llega a los tres minutos, veloz y divertida guitarra, estupenda melodía, dan ganas de saltar. Dejan para cerrar la juguetona Midnight magic, a la que algo de distorsión le hubiera dado un punto extra.
El álbum vendió muy bien en Canadá, alzándose con el platino rápidamente, pero no tanto en los USA, donde pasó por los estantes sin mucho éxito. Epic/CBS no estaba por la labor de promocionar e imprimir discos para una banda de la que ya sacaba beneficio suficiente “al otro lado de la frontera”. Loverboy les daría con toda la mano en la cara poco después, pero eso lo contaré otro día.
La imagen de la portada es una ilustración de Humphrey Ocean para un diseño (extraño) de los famosos Hypgnosis. La contraportada presenta una fotografía en la que aparece un bolso de mujer con una entrada para un concierto de Harlequin, una fotografía de los muchachos, una prenda de ropa interior, una pistola, unas balas y algo de dinero asomando de una billetera. Todo muy “love crimes”, supongo. Por si os interesa, la fotografía del grupo la hizo Gerry Kopelow y de la peluquería se hizo cargo The Famous Paul Gilewicz. Cosas que no afectan a la música. La versión es europea de la época, impresa en Holland. El disco permaneció en el ostracismo hasta 1999, cuando SME Records lanzó una edición en cedé para el mercado japonés; Candy Records (bendita sea su obra) les incluyó en su catálogo en el 2011. De hecho, el disco completo no está en todas las plataformas; si quieres escucharlo sin publicidad, pincha aquí.
Disfrutad de estos (hasta hoy) anónimos muchachos con una buena cerveza y unos rayitos de sol.
Pues te he leído antes de escucharlo y me esperaba algo más melódico, de estribillos pegadizos. Me he encontrado con un soft hard pop rock , de easy listening, pero no tan melífluo o educorado como pensaba, más relacionado con el rock setentero que con el AOR ochentero, cosa de la impronta de Douglas evidentemente. Buena producción, buenos temas, disfrutable... pero sin demasiado punch. De esos que escuchas con cariño pero que no te hacen querer comprarte el disco, al menos en mi caso. Sea como sea, buen aporte, eso por descontado. Un abrazo KING
ResponderEliminarDiscos así hay muchos y los voy trayendo por aquí. Más o menos impecables en su ejecución, pero que no tienen esa bola extra para trascender, o el momento vital en el que los encontramos. Aun así, una banda que merece la pena explorar. Un abrazo.
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