Retomo tras el paréntesis del recuerdo a mi madre y el homenaje a Robe, mi intención de compartir en este blog alguno de los discos que a principios de siglo me volaron la cabeza y que se han reeditado en vinilo en los últimos años…aunque el disco de La Ley Innata (aquí) puede entrar en esa categoría a pesar de que en principio no iba a reseñarlo. En fin, a lo que iba que me pierdo.
Recordad el año 2000. A todos nos viene a la mente ese famoso “efecto 2000”. Por ejemplo, yo acababa de entrar a currar en mi empresa y la nochevieja del 99 nos pilló a muchos trabajando, esperando el fin del mundo como lo conocíamos, una especie de apocalipsis bíblico…aunque al final no pasó nada. Bien, pues en el mundo musical convivían dos tendencias que destacaban sobre cualquier otra. El reinado del pop adolescente de Britney Spears, NSYNC, Destiny’s Child, Backstreet Boys y similares, convivía en las listas con el rap de Eminem, el resurgimiento de Santana y la latinidad de Shakira, Ricky Martin o Enrique Iglesias además de la electrónica de Moby, Chemical Brothers... Y, por otro lado, junto a los últimos coletazos del rock alternativo (o sea, el grunge) teníamos el llamado nu metal de Korn, Deftones o Limp Bizkit, con la MTV todavía como oráculo supremo. Cada camino parecía ya ocupado. Cada tendencia, saturada. No había mucho espacio para algo nuevo… salvo que ese algo nuevo fuera capaz de tomar todos esos ingredientes y convertirlos en otra cosa. Algo híbrido. Algo propio. Y así, casi sin hacer ruido al principio, apareció Linkin Park, con un disco que destilaba todas esas tendencias y, además, sumaba una sensibilidad emocional que no era tan habitual en el mainstream rockero de entonces. Hybrid Theory llegó como una especie de respuesta generacional, un “nos pasa a todos, pero no sabemos cómo decirlo”, encapsulado en doce canciones precisas, afiladas y honestas. Su compañía no estaba segura: “demasiado rock para ser rap, demasiado rap para ser rock”. Ellos apostaron por esa mezcla, por esa hibridación. Y acertaron. A veces los discos importantes no llegan con fanfarrias ni portadas que anuncian revoluciones. A veces aparecen casi de puntillas, como quien deja un sobre en la puerta y se marcha sin esperar agradecimiento. En el año 2000, mientras el mundo seguía digiriendo el recién estrenado milenio, Hybrid Theory se coló entre un mar de lanzamientos con esa discreción engañosa que suelen tener las cosas destinadas a quedarse.
La historia de Linkin Park empieza con Mike Shinoda, que en los 90 estudiaba arte y al mismo tiempo experimentaba con la música desde su dormitorio, mezclando rap, guitarras y samples. Junto con Brad Delson a la guitarra y Rob Bourdon a la batería, formó la primera encarnación del grupo, llamada Xero. Grabaron maquetas, hicieron lo que pudieron para llamar la atención y se pegaron contra la típica pared de todas las bandas emergentes: falta de recursos y de una voz que llamara la atención a pesar de que reclutaron a Joe Hahn, quien jugaba con máquinas que hacían ruidos nunca antes escuchados en un disco de rock y llegó Phoenix al bajo.
El primer vocalista, Mark Wakefield (que aparece acreditado como compositor en tres canciones de este LP y que, por cierto, tras esto diseñó la portada del Toxicity, de System of a Down, otro disco que podría aparecer por aquí porque también me voló el cerebro por aquellas épocas) no terminó de encajar y la banda quedó estancada hasta que, casi por golpe de suerte, apareció Chester Bennington, un cantante de Arizona con un talento prodigioso para pasar de la dulzura al desgarro en cuestión de segundos. Chester envió una demo que dejó al grupo boquiabierto. Su llegada fue el punto de inflexión creativo: de pronto, la música que Shinoda imaginaba tenía una contraparte vocal que parecía hecha específicamente para convivir con ella y dijo: “este es”. La banda cambió de nombre (Linkin Park, un guiño a un parque de Santa Mónica) y, por primera vez, la idea de un sonido propio no parecía un sueño ingenuo, sino un objetivo alcanzable. En 2000, entraron al estudio para grabar su primer álbum. No buscaban inventar un género ni liderar una escena. Solo querían capturar lo que llevaban años persiguiendo: esa mezcla entre guitarras tensas, ritmos afilados, electrónica atmosférica y letras que hablaban sin tapujos de lo que duele por dentro.
Cuando Hybrid Theory vio la luz aquel octubre del año 2000, nadie imaginó que ese disco iba a convertirse en un fenómeno. El primer single, “One Step Closer”, llamó la atención, sí, pero no daba pistas del terremoto que estaba por venir. Fue una ola silenciosa: una canción que pasaba de boca en boca de la juventud (“habla de nosotros”) un vídeo que rotaba cada vez más en MTV, un álbum que los jóvenes grababan en CDs vírgenes para pasárselo entre ellos (el internet en las casas acaba casi de llegar y aún napster, audiogalaxy o la mula estaban en pañales). Personalmente, yo me acababa de comprar una grabadora de CDs con el finiquito de mi primer curro y alquilaba los CDs en una tienda mostoleña que “te dejaba llevarte el disco a casa y escucharlo antes de comprarlo por x pelas y si no te gustaba, lo devolvías y perdías ese dinero”.
La crítica no supo muy bien cómo situarlo. ¿Otro disco de nu metal? ¿Otra banda que mezclaba rap y guitarras como tantas otras? Adelanto s los puretas rockeros de por aquí que no vais a encontrar un solo de guitarra en todo el disco, seguro que a alguno eso le basta para descalificarlo como rock. Pero el público no necesitaba clasificaciones: había algo en esas canciones que sonaba a verdad. A historia personal. A heridas compartidas. En pocos meses, Hybrid Theory desbordaba todas las expectativas. Más adelante superaría los 30 millones de copias. Se convertiría en el debut más vendido del siglo XXI. Algo que es impensable en estos tiempos del streaming. Pero más allá de las cifras (que ya de por sí son impresionantes) lo importante es lo que dejó atrás: un legado emocional. Una banda sonora para quienes nunca habían encontrado palabras para explicar su ansiedad, su rabia o su tristeza. Es más, cuando apareció Linkin Park en escena, conocimos a una banda cabreada con el mundo, con la sociedad, una banda que escupía con despecho y todos quedamos salpicados porque era la banda sonora de nuestra y de su juventud. Unos jóvenes hambrientos, sedientos. A ver, seamos honestos: todas las generaciones abrazaron un tipo de música para plasmar la rebeldía, el ansia de libertad, el hartazgo…por tanto, no estamos ante un fenómeno nuevo y no será el último. El sexo, las drogas, romances juveniles, traumas del pasado… todo eso y más era la temática más empleada en Hybrid Theory y en el siguiente disco, Meteora (2003). Luego evolucionaron, como casi todos. Pero vamos con este debut y luego hablamos de lo que hicieron luego.
Para abrir, “Papercut”. Con ese riff nervioso y la voz semi–susurrada de Shinoda, ya sabes que este disco va de tensiones internas. Chester irrumpe en el estribillo como un desahogo. La letra es casi un retrato clínico de la paranoia cotidiana: “algo dentro de mí me está observando”, como si algo dentro de uno estuviera siempre al borde del desorden. Todos sabemos como terminó Chester 17 años después. El primer single fue “One step closer”. Guitarras secas, estructura simple y un breakdown que se volvió legendario. Chester gritando catárticamente “shut up!”. Normal que los jóvenes se vieran reflejados en ese “necesito respirar” que otras generaciones ya habían oído con otras musicalidades, insisto. En el tercer corte el protagonismo lo lleva el DJ Hahn: los samples y scratches construyen un ambiente casi nebuloso. Es de las canciones donde se percibe mejor esa mezcla que daba identidad al grupo: rock, rap y electrónica funcionando como engranajes de la misma máquina. En “Points of authority” denuncian los juegos de poder y las relaciones dañinas que no hacen más que desgastarte. Con un ritmo contagioso, mantiene un equilibrio fantástico entre los versos rap de Shinoda y la intervención melódica y rabiosa de Chester. Y Chester se desgarra por dentro hasta el límite en “Crawling”, hablando de inseguridades, miedos y cicatrices que no terminan de cerrarse. El tema ganó el Grammy 2002 a la mejor interpretación de hard rock. No sé si había temas mejores, pero este es un temarral donde la producción llega al máximo de innovación. Y cerramos la primera cara con un poco, sólo un poco, de más ligereza en estructura, pero cargada de esa sensación de querer huir de la presión interna. La melodía es pegadiza, los arreglos electrónicos destacan, y aunque no fue single, es de esas canciones que muchos fans recuerdan con especial cariño: “Runaway”. Me levanto a dar la vuelta al plástico pensando que yo en aquellos días enfilaba el segundo lustro de mi veintena y tomaba conciencia de mi alopecia, dejando de disimularla y cortándome el pelo al uno. En teoría, sólo en teoría, entraba en el terreno de la madurez. Es decir, mi enamoramiento con el grupo fue más de sensaciones y de música que de letras, como sí le pudo pasar a adolescentes de medio mundo. Quizás en el fondo, en el medio-fondo, casi en la superficie, aún era un pseudo adolescente. Sí, creo que sí: era un niñato.
Antes de dar la vuelta al plástico, nos fijamos en la portada donde aparece un soldado con alas de libélula, muy estilo Banksy, diseño de Shinoda. “By myself” es oscura, contundente y áspera. Habla de aislarse como mecanismo de defensa. Aquí se nota especialmente la influencia del rap metal de la época, pero con ese toque melódico distintivo del grupo, ese toque que les hizo ser lo que fueron. Y aunque no es la más bestia, sin lugar a dudas, a mis dudas, “In the end” es la joya del disco. Es más, es uno de los himnos del cambio de siglo, una canción que, más allá de su éxito masivo, encapsula el espíritu de una generación que aprendió a convivir con la frustración, el desarraigo y la autoexigencia en una época marcada por el ruido, la hiperconexión y la sensación constante de insuficiencia (esto lo he copiado). En ella conviven el grito y el susurro, la rabia contenida y la aceptación de lo inevitable: asunción de la derrota. Y todo empieza con ese pianito inicial que es hoy uno de los riffs más reconocibles de los 2000 (e imitado: dos ahora después Amy Lee y sus Evanescence lo petaron con "Bring me to life" que tiene la misma estructura). Shinoda toma el control en los versos y Chester remata con un estribillo inolvidable. La canción es una reflexión amarga sobre el esfuerzo inútil en relaciones que no funcionan: “I tried so hard and got so far/But in the end, it doesn't even matter/I had to fall to lose it all/But in the end, it doesn't even matter”. Bueno, a lo mejor va sobre otra cosa, pero en lo personal me pilló en un momento en el que lo identifiqué así, aunque puede hablar de los demonios internos que cada uno tenemos y Chester es capaz de darle todos los matices con su voz: energía, rabia, frustración, trauma, vulnerabilidad, fragilidad... Es un clásico que trasciende géneros: incluso personas que no escuchan rock conocen esta canción de memoria. De hecho, ayer la puse en el coche y mi hija de 15 años dijo que iba a sacar el riff al piano, que le había gustado mucho la canción. Dato que no sirve de nada: fue elegida la mejor canción de los últimos 30 años por la emisora americana KROQ. Y otro dato inútil: en los videos que me he tragado de youtube con la nueva cantante, Emily Armstrong, esta no es capaz de cantar la parte más “triste o melódica” que es más grave, aunque la parte rabiosa la clava a su manera, teniendo en cuenta que sigue siendo demasiado grave para ella. Sigamos con el resto de temas porque los análisis que se pueden hacer de la canción darían para una entrada sólo para ella. Me encanta como empieza “A place for my head” y el final es uno de los momentos más explosivos del disco. La dupla vocal funciona con una precisión casi quirúrgica: Shinoda afilado, Chester desatado (y el “la la la” que se escucha de fondo en algún momento ¿qué?). “Forgotten” en el que parece que los dos cantantes llevan ritmo de rap. Multicapas de voces, samples, arreglos y un estribillo que rescata la melodía para no perder el equilibrio. De hecho, si no es por ese estribillo, ni la recordaría. Y tiempo para la experimentación con “Cure for the itch”. La pieza rara del disco. Es un tema instrumental a cargo de Joe Hahn, con un sample de voz que introduce el “experimento”. Es un pequeño descanso auditivo antes del final, un recordatorio de la faceta más electrónica y experimental del grupo que luego retomarían en proyectos posteriores. Y llega el cierre y, oye, que es perfecto para este disco. Un equilibrio total entre fuerza, melodía y emoción. La letra habla de la distancia en relaciones dañadas y de cómo el desgaste lleva a empujar a los demás… o a ser empujado. “Pushing me away” es un cierre redondo para un disco que, pese a su intensidad, siempre reservó espacio para la sensibilidad.
Resumiendo, tenemos canciones al cortas y al pie, precisas y sin relleno: ninguna pasa de los tres minutos y medio. Con una producción cristalina (Don Gilmore que luego trabajó con Rob Zombie, Avril Lavigne, Duran Duran, Lacuna Coil, Bullet for my valentine, Korn), “moderna” es la palabra, que sonaba diferente a las bandas de guitarras contemporáneas. Y, por último, un discurso emocional directo, sin metáforas rebuscadas que hablaba de ansiedad, frustración, inseguridad y aislamiento en un momento en que esos temas no solían ocupar titulares. Ese cóctel les dio el éxito y su influencia posterior fue enorme. Muchas bandas trataron de replicar su fórmula, pero pocas lograron capturar esa autenticidad emocional combinada con la pericia técnica y el equilibrio entre agresividad y melodía. Hybrid Theory redefinió el rock para una generación entera.
Pues hasta aquí esta reseña totalmente parcial. Lo siento, pero no puedo separar la emoción de la razón.
A ver, como no creo que estos chavales vuelvan pronto al blog, termino con un pequeño resumen de lo que siguió a este Hybrid Theory. Linkin Park volvió en 2003 con Meteora, un disco que mantenía la esencia, pero la pulía aún más. También fue un éxito global y consolidó a la banda como uno de los pilares del rock de los 2000.
A partir de ahí, quisieron evolucionar y pasaron a ser el grupo “demasiado pop para ser metal, demasiado metal para ser pop”. Minutes to Midnight (2007) rompió con el nu metal para abrazar un sonido más alternativo y emocional de la mano del productor Rick Rubin. En A Thousand Suns(2010) ya parecían otra banda, hicieron un disco que la gente le pareció una cosa rara que no fue una vuelta a las raíces porque siguieron innovando pero con un poso más rockero, Living Things(2012) que tenía dentro canciones fantásticas que me fascinaron por lo distinto a lo que habían hecho. Siguieron con The Hunting Party (2014) un guiño a sus fans más antiguos en el que volvió el enfado, disco más duro y lleno de rabia…para dejarlos de nuevo con cara de idiotas con One More Light (2017), donde abrazan descaradamente el pop o el rock de estadios, pareciéndose más a Coldplay que a ellos mismos. O a su yo antiguo porque ahora eran otros. Ya no están enfadados, eran un grupo de amigos, de padres, de maridos, de músicos, felices. O eso parecía porque a los pocos meses, Chester Benington decidió terminar con su vida. Siempre decía que su cabeza no era un buen sitio en el que estar solo y no consiguió vencerse a si mismo. Y cuando sabes lo que pasó con Chester, One More Light toma otra dimensión. En fin, algunos fans preferían la etapa inicial; otros celebraban su mutabilidad. He de reconocer que tengo todos sus Cds excepto ese One more light.
Mi espina clavada es no haber ido a verlos en el concierto gratuito que dieron a los pies de la Puerta de Alcalá (increíble el emplazamiento para un concierto) y que por eso os dejo el enlace a youtube porque en mi cd de Living things viene el DVD con el mismo.
Joder, hace nada traje a Audioslave, con Chris Cornell, el mejor vocalista del rock alternativo y ahora Linkin Park, con el mejor vocalista del nu metal, Chester Benington. Y los dos terminaron suicidándose con menos de dos meses de diferencia.
Para terminar, como ya sabéis y si no os lo cuento, este año Linkin Park volvieron, con una vocalista en lugar de Chester, Emily Armstrong y han publicado un nuevo trabajo, From Zero (2024) donde intentan que la nostalgia juegue en su equipo haciendo guiños a todas sus épocas y que presentarán en Madrid el próximo año. No creo que sea un mal disco y sus canciones están muy bien pero no me convence Emily cuando canta los temas de Chester y por eso no pillé entradas.
Feliz Navidad a todas.



Pues si tú eres subjetivo e imparcial, imagina yo. Para mi, si hay algo peor que el grunge es el nu metal o chándal metal. Con eso te lo digo todo. Korn, Limp Bizkit... la misma basura. Y por cierto, Clawfinger ya habían hecho mucho mejor y con gusto lo de fusionar rap y metal con riffs gruesos y scratch... ¡siete años antes!. Aunque debo ser sincero y aceptar que en su momento, In the end llamó mi atención. Pero mucho marketing hubo con ese movimiento infame. Total, una entrada muy sincera y sentida, pero esta semana no puedo sentir empatía por el vinilo de marras, lo que –seguramente y con buen criterio– te importará un pepino jajajaja. Un abrazo. KING
ResponderEliminarY no vas a escucharlo? No me lo creo...
EliminarNo me sorprende que no te guste: lo de la frase de los puretas rockeros iba en ese camino. Pero vamos, no te lo tomaré en cuenta. Un abrazo. Bon nadal!!
Eh, que lo he escuchado entero antes de hacer el comentario. Bon Nadal. KING
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