Siempre pasé de Pink Floyd. El rock
progresivo me parecía un tostonazo, huía de los teclados y de las canciones
largas. En la música buscaba energía, rapidez y urgencia y no me gustaban los virtuosismos.
2017 fue para mí un año de descubrimientos musicales, gracias en especial a un
amigo y mentor, sin cuyas enseñanzas no estaría yo escribiendo ni una línea
sobre Pink Floyd (Gracias). El descubrimiento de la banda inglesa comenzó por
una de sus catedrales «Echoes», que incluso fue banda sonora de un relato que
escribí, continuó con mi presencia el concierto de Roger Waters en Madrid de
mayo de 2018 y ha culminado con el repaso de la discografía en estudio de la
banda que comencé en agosto de este año y que en estos días estoy finalizando.
Inmersa en esa odisea que ha sido la carrera de este grupo enorme, me atrevo a
elegir mi disco preferido, que no es el mejor de ellos pero sí el que más me
gusta por diferentes motivos. Se trata de “Animals”, publicado en enero de 1977, el último en el que
trabajaron en equipo y el particular “grito de furia” de Roger Waters. Un disco
con letras muy comprometidas, la “primera destilación de altísima graduación
alcohólica del veneno sociopolítico de Roger” y calificado de “intransigente y
audaz en su formato”. En palabras de Gilmour, que afirma haberlo pasado muy
bien grabando el disco, “abarca una sonoridad más dura, directa y agresiva”.
Uno de los motivos por lo que me gusta
tanto “Animals” es porque surgió en pleno auge del punk. Pink Floyd fue uno de
los grupos “clásicos” que recibieron las críticas de algunas bandas punk.
Conocida es la anécdota de las camisetas de Pink Floyd que lucían Johnny Rotten
y los Sex Pistols, tuneadas con un “I hate”. Con los años, Rotten confesaría
que en realidad sí le gustaba Pink Floyd. Sin embargo, ellos no se amilanaron. La
respuesta fue la publicación de su disco más potente y agresivo, una auténtica
andanada contra la situación política y social de su país. El mundo, también el
musical, es para los valientes.
Mi copia de “Animals” es de segunda mano,
comprada en septiembre de 2019 en la XVI Feria Internacional del Disco de
Madrid. La carpeta está tirando a pringosa pero el disco suena en condiciones,
aunque no niego que me gustaría tener una copia en mejor estado. Aquella fue mi
primera compra de un vinilo de Pink Floyd y lo adquirí junto con “The Piper at
The Gates of Dawn”, el primer LP de la banda, entonces liderada por Syd
Barrett.
Voy con el disco. Pink Floyd había despegado
en 1967, en pleno verano del amor. Sin embargo, el de 1976 fue el verano de la
ira, con la economía británica en plena crisis, huelgas, inflación y desempleo;
un momento de gran tensión y desilusión, del No Future y la llegada del punk.
Pink Floyd era uno de los principales exponentes de los denominados
“dinosaurios” del rock. Aquel estallido musical supuso una especie de revulsivo
para Roger, quien no se achantó por las andanadas recibidas. Preocupado por la
situación política mundial, dio un giro al sonido de Pink Floyd, terminando con
“los ritmos soñadores, los celestiales fondos de órgano y las etéreas armonías
vocales”.
En ese contexto surgió el décimo disco de la
banda, “Animals”. Inspirado
de alguna forma en “Animal farm”, de George Orwell, en el disco Waters divide a
los seres humanos en “cerdos” que son “moralistas, santurrones y tiránicos”,
“perros” caracterizados por ser “pragmáticos y competitivos”, dispuestos a usar
sus garras y dientes para alcanzar sus propósitos, y “ovejas”, que forman un
“rebaño sumiso y masificado”. Un disco plenamente de Roger, que también se
incluye en esa “misántropa” clasificación, haciendo una especie de confesión en
«Pigs on the wing», una de mis canciones favoritas del disco.
La portada, mi preferida de las que les
hizo Hipgnosis, fue diseñada a partir de una idea de Roger, en ella aparece la Central
Eléctrica de Battersea, diseñada por Sir Giles Gilbert Scott. Inaugurada en los
años 30 del siglo pasado, fue orgulloso emblema del poderío industrial
británico, aunque en la época en que se grabó el disco la mitad de la central
había dejado de funcionar. La idea de la portada le sobrevino a Waters, que aún
vivía en Londres, al pasar a menudo con el coche por los alrededores de la
central. Encargaron además un gran globo aerostático con forma de cerdo,
“Algie”, que debía sobrevolarla y que generó numerosas anécdotas (y peligro) al
soltarse descontrolado hasta aparecer en un prado de Kent donde lo rescató un
granjero. Como curiosidad, la tipografía que aparece en la cubierta corresponde
a la letra de Nick Mason.
Se trata de un álbum con tan solo cinco
canciones, tres de ellas superan los diez minutos.
«Pigs on the Wing 1 y 2» Temas que abren y
cierran el disco. Hablan sobre el desencuentro y la falta que empatía entre los
seres humanos, lo que nos lleva a la inseguridad y el desequilibrio, males que
se pueden corregir si las personas se acercan y se preocupan por lo que les
sucede a los demás. El especial sentido del humor de Waters le llevó a decir
que era una canción de amor dedicada a su mujer (en aquella época estaba casado
con Lady Carolyne Christie).
Me pasó algo curioso con «Dogs». Vi en
redes una canción llamada «You Gotta Be Crazy», que en un principio no
identifiqué con este tema. Posteriormente me explicaron que se trataba de una
primera versión de «Dogs», un tema que había sido tocado en varios directos
algún tiempo antes de grabarse, incluso con una letra diferente. Cantada por
Gilmour y Waters, la canción ofrece diecisiete minutos maravillosos de
principio a fin, con una interpretación de guitarra de Gilmour que parece
llevarte en volandas. And when you lose control You'll reap the
harvest you have sown And as the fear grows The bad blood slows and turns to
stone. De lo mejor
de Pink Floyd.
«Pigs (Three Different Ones)» es otra de
mis canciones preferidísimas de su carrera. Potente, con un magnífico trabajo
de la sección rítmica y en el tratamiento de la voz de Roger, que suena corrosiva
como pocas veces.
«Sheep» comienza con un suave sonido de
teclado de Wright para ir in crescendo, ganando protagonismo las guitarras de
Gilmour, con solos entrecortados y agresivos. Cantada por Waters, está llena de
rabia y potencia, como el resto de temas de “Animals”.
Durante la grabación de este disco Waters
se dejó llevar por su ego, en una deriva que hizo aún más complicada su
relación con el resto del grupo. Tuvo también encontronazos con Storm
Thorgerson (Hipgnosis) a pesar de ser amigos de juventud, con periodistas, con
miembros de la “tripulación” de la banda e incluso con su público (la historia
del salivazo a un fan en un concierto canadiense, que sería posteriormente la
semilla de “The Wall”, resulta bastante reveladora). Roger se convirtió en una
persona aún más complicada de lo que ya era, lo que afectó sin duda a la música
y al desarrollo del grupo. La grabación en los estudios de Britannia Row en
Islington, propiedad de la banda, resultó digamos complicada. “Animals fue un
trabajo duro. No fue un álbum divertido de hacer, pero esto fue en la época en
la que Roger se creía el único compositor de la banda. Pensaba que solo era por
él que la banda seguía adelante”, afirmó Rick Wright que no compuso ninguna
canción para “Animals” y se convirtió en blanco de la ira de Waters, situación
que se agravaría en el siguiente álbum.
Para mí, una de las catedrales de Pink
Floyd, mi disco favorito, ya digo.
Conx (Haz lo que debas)
Discazo y pedazo de entrada. Pa' quitarse el sombrero. Musicalmente, prefiero otros álbumes antes que este pero cada cierto tiempo me lo pongo porque ejerce una atracción especial sobre mi. Encantado de tenerte por estos pagos subiendo el nivel de este blog construido a base de amor por la música. Ha quedado cursilón, pero es verdad. Un abrazo.
ResponderEliminarNunca es tarde para el prog y el psych 😉 y sí, es probablemente el disco más ""punk"" de Pink Floyd.
ResponderEliminarpor eso quizás mick farren post motörhead se echó una foto en ese año como disparando a un cerdo volando
EliminarComplejo siempre analizar algo sobre Pink Floyd. Yo tuve en la mano entradas para verles en Anoeta, pero me rajé. Luego sólo he podido medio desquitarme viendo el The Wall de Roger Waters en Madrid. Gran entrada.
ResponderEliminarVaya gozada de disco, probablemente solo superado por Wish You Were Here. No sabía que había una versión primigenia de Dogs circulando por ahí, le echaré una escucha porque, como bien dices, es de lo mejor de Pink Floyd (y eso ya es bastante).
ResponderEliminarEnhorabuena por la entrada. Placerazo leerte, como siempre
Gracias por los comentarios. Estoy finalizando el repaso de Pink Floyd y repasando todo lo escrito. Han sido más de tres meses felicísimos, la verdad. Esta es la versión temprana de Dogs, maravillosa, a ver qué os parece. Pink Floyd - You've Got To Be Crazy (Live Wembley 1974) Wish you Were Here Immersion Set
ResponderEliminarhttps://youtu.be/jqULy8xQjZU
Debía ser un tipo bastante difícil Waters por aquellos años. Y aunque, también, esa forma e ser dio a luz este Animals y The Wall, obras imprescindibles, igualmente acabó con Pink Floyd, tal como se hicieron grandes. No es mi preferido este, pero está en el top. No escatimes en conseguir una copia "mejor"; las re-ediciones de este siglo están bien, no hace falta gastarse una pasta en una "original". Un gusto leerte, como siempre. Un abrazo.
ResponderEliminarGracias, a mí Waters me encanta, por su compromiso, como músico, es mi depredador favorito... pero de lejos, ha sido un hombre complicadísimo. Pero vamos, leyendo sobre el grupo son todos un poco para echar de comer aparte. Ellos mismos explican que nunca se han sentado a hablar sobre sus diferencias. Eso junto a la deriva dictatorial de Waters, que por otra parte es un músico de otra galaxia, hizo que el grupo saltara en mil pedazos. Por no hablar de la historia con Syd Barrett, que da para mucho (sin caer nunca en sensacionalismos, ojo).
Eliminar