Hace unos días me encontraba yo como un gorrino en plena charca escuchando el White Bear de los Temperance Movement. El disco agonizaba con ese broche dorado llamado I Hope I'm Not Losing My Mind y decidí (aprender a hacerme yo la maleta, es más sencillo así) que era momento de embarcarme en una de mis listas interminables, capaces de asustar a la de Schindler. Peliculones aparte, empecé a recopilar con enfermiza dedicación un suculento plato cuyos ingredientes tenían en común el síndrome de pertenencia a la cosecha del 95, entre los que estaba esta joyita. Una cosa llevó a la otra y, en fin, aquí estamos. Los Maddening Flames podrían ser catalogados como uno de los secretos mejores guardados de nuestra música, que dirían los entendidos. Yo prefiero referirme a ellos como un grupo de puta madre con la misma dosis de suerte que capacidad comercial. Y eso que los años 90 en mi querida España, esta España mía y esta España nuestra vieron como un buen puñado de grupos ofrecían jugosas propuestas, pero con un número de copias vendidas similar al de neuronas un día cualquiera en el congreso de los diputados: ahí están los Buenas Noches Rose, Piggies, Family, los propios Maddening Flames... la cosa da para abrir un melón bien hermoso y debatir sobre esa tensión sexual no resuelta entre las cifras y la calidad, algo que a mí me ha resbalado bastante siempre porque soy el más alternativo. Que sí, mucho hablar, pero luego bien que tengo ahí el Thriller en la estantería. A quién quiero engañar, soy un vendido. En fin, que el ritual satánico no se va a hacer solo: levantamos el brazo, lo dejamos sobre el disco y que empiece el fuego.
Nobody Told Her comienza deliciosa, galopando al trote sobre un riff que ejerce de ave fénix para todo lo que surcará la aguja en los próximos minutos. La canción desvela desde los primeros compases uno de los grandes tesoros de los Maddening Flames: la voz de Muni, que con ese sello personal tan suyo cuenta la historia de una pobre chica que va dando tumbos porque nadie le explicó tantas y tantas cosas necesarias para la vida. Lo que sí que nos explica Manolo González es cómo facturar un solo de guitarra dotado de sentimiento, de esos que puedes gritar en directo porque conectan con una parte fundamental de tu ser. Bedroom Child supone una preciosa pausa en el camino, recordando a los Pretenders más intimistas. Madre mía, pero qué expresiones son esas, por favor. De alguna manera habrá que justificar el cheque millonario que me van a ingresar por esta reseña, supongo. My Kind Of Way estalla en un estribillo luminoso, de esos que saben a ruta 66 y a canciones en una carretera sin final. Big Black Bird suena como si la aguja estuviera acariciando el disco, tranquila pero con ese punto mordaz adecuado para afilar las garras cuando toca, no vaya a ser que se monte una pelea y nos pille en pijama. Maria y su dulce introducción con esa guitarra acústica es puro Texas en el Southside, suena preciosa y dan ganas de quedarse a vivir ahí. Friendly Fire, además de darle nombre al maravilloso documental que hay en Filmin sobre el grupo, es una explosión con dinamita a base de seis cuerdas que desmiente a su título, porque de amistoso aquí hay lo mismo que llamarle inglés a un tipo nacido en Edimburgo.
La cara b confirma que, igual que sucede con Regreso al Futuro, a veces sí hay segundas partes buenas. Pretty Girl cuenta con Fran, de los Australian Blonde, cantando una parte. Por ir evitando el polígrafo, que luego todo son prisas, diré que es la que menos me gusta del disco. Que no cunda el pánico, porque el goce absoluto llega de nuevo con One Moment, un tema maravilloso que conecta con todo lo que está bien en esta vida, que muchas veces tal y como canta Muni (y cómo lo canta) dura un momento. Turn Around ejecuta a la perfección su cometido, poniendo el mundo patas arriba y rompiendo esquemas a babor y estribor. Elizabeth vuelve a evidenciar la facilidad del grupo para que las letras se deslicen sobre la melodía como si la estuvieran surfeando, todo ello de una manera tan natural que asusta. Good Intentions no le tiene miedo al aumento de revoluciones, sin volvernos locos que esto no es el Defenders of the Faith, pero con la energía suficiente para combatir un lunes de esos que miran fijamente a nuestras ganas de vivir con ojos de Muhammad Ali. Finalmente, la pausa final la firma And Then There's You, poniendo un broche bonito de esos que te hacen pensar que al final va a ser cierto eso de que el mundo puede tener arreglo. Hablando de arreglos varios, la producción de Paco Loco me parece brutal, captando perfectamente el sonido del grupo y dando vida a unas canciones que a su vez nos la dan a nosotros.
Poco después del lanzamiento de este disco, los Maddening Flames se disolvieron. No hubo gira de despedida ni peleas mediáticas, simplemente sucedió. Por eso, que se volvieran a juntar hace unos pocos años y el discazo que sacaron el pasado año son acontecimientos que deben celebrarse como se merecen. Eternas gracias por la música.
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