Vuelvo a traer al barrio vinilero una de mis basurillas hard-roqueras olvidadas: el segundo disco de Balance, una banda formada en los albores de los ochenta y, en cierto modo, la unión de jóvenes buscando su sitio, rebotados de diversas aventuras, sin la suerte de un grupo triunfador, de un one-hit-wonder, de una casa estable en la que vivir, principalmente gente que se alquilaba como músico de sesión.
La cara visible, el tractor del proyecto, se llama Bob Kulick. Nacido en 1950 y fallecido en 2020, estuvo a punto de ser el primer guitarrista de Kiss, puesto que, como sabemos en este blog, cayó en las manos de Ace Frehley. Sin embargo, Kulick fue el recurso habitual de Kiss cuando las cosas empezaron a torcerse. Su guitarra suena (sin acreditar) en los temas en estudio de Alive II (quién sabe si no se encargó también de las regrabaciones de las pistas en directo), en Unmasked (compone un tema con Gene Simmons), en Killers (proyecto que iba a ser una sacada de chorra de Stanley) y en Creatures of the Night (tampoco tiene mucho mérito, media población de Estados Unidos tocó en ese disco la guitarra). Paul Stanley también contó con él para su primer disco en solitario y para alguna gira por locales. Con Lou Reed convivió en la grabación de Coney Island Baby (1975). Formó parte de la banda de acompañamiento de Meat Loaf (llamada Neverland Express) en diferentes momentos y grabó en el álbum Bad Attitude (1984). En los noventa aguantó a otro peso pesado, Mr. Blackie Lawless, metiendo su guitarra bajo la etiqueta de WASP en los discos The crimson idol (1992) y Still not black enough (1995). Se lanzó a aventuras diversas como estos Balance, Skull (No bones about it, 1991) Murderer’s Row o Skeletons in the closet, su última grabación en 2017. Pero, curiosamente, su mayor “éxito” fue tocando la guitarra en dos discos de Diana Ross, ambos en 1981: Why do fools fall in love y Mirror mirror. Además, ejerció de productor y arreglista. Un secundario de lujo de nuestro rollo. Para quien no le conozca, es el señor con menos pelo de la foto de abajo.
A su lado, Doug Katsaros, teclista, músico de sesión para gente como Paul Stanley (en su primer disco en solitario, donde coincidió con Bob), Cher, Robin Beck, Shania Twain, Liza Minnelli o Rod Steward. Se ganó el parné y el buen nombre componiendo temas para series de televisión y películas, teniendo en su haber dos premios Emmy. Chuck Burgi, a la batería, tocó en Rainbow (Bent out of shape) o con Joe Lynn Turner (Rescue me), entre otros. Dennis Feldman, bajista, músico de estudio que pasó, como otros muchos, por las manos de Michael Schenker en los años ochenta y noventa. La casualidad quiso que estos tipos participaran en mayor o menor medida en el debut de Bon Jovi; la grabación de este In for the count se llevó a cabo en los Power Station Studios de Nueva York a los mandos de Tony Bongiovi, primo de Jon Bongiovi. El bueno de Jon echaba una mano a su pariente en estas grabaciones y entre unas cosas y otras consiguió que nuestros protagonista le grabaran las primeras versiones de lo que acabaría siendo su debut. Y el tridente también coincidió en el Everybody’s crazy de Michael Bolton, grabados en los mismos estudios y donde el hermano pequeño de Bob, un tal Bruce, tocaba también las seis cuerdas.
Nos queda presentar a Peppy Castro, cantante, quien firmando como Emil Thielhelm estuvo en los años sesenta en The Blues Magoos, rock ácido alejado de la propuesta de hoy, y años después apareció en el Universo KISS de la mano de Ace Frehley (12 picks, Trouble walking).
Balance entregó tres discos, siendo este que hoy comparto el segundo parto de la criatura. El debut (titulado como la banda) funcionó bien en el (por entonces) emergente circuito de las FMs dedicadas al rock y, sobro todo, al rock melódico y al AOR, con un tufazo a Toto y Foreigner que tira para atrás. El single Breaking away se metió en el top 40. En esta secuela se centraron en conseguir un equilibrio bárbaro entre las melodías, los arreglos de teclado y guitarra y la voz: buscaban romper su techo no ya de cristal, si no de cemento armado. Y, claro, no lo consiguieron. Principalmente porque en el momento de “prensar” el disco, CBS reestructuró su emporio (que incluía Epic y Portrait) despidiendo a todo el equipo que apoyaba a Balance. Resultado: el disco se distribuyó poco y mal, no recibieron dinero para girar y se quedaron en la calle y sin contrato. Su último esfuerzo fue un single para la compañía de coches Daihatsu (Ride the wave, para el modelo Charade). La historia del grupo se cortó hasta 2009, cuando en este revival del tercer milenio patrocinado por Frontiers Records se reunieron para planchar su tercer largo, Equlibrium (lo de los nombres, regular). La reedición que en 2006 hizo Rock Candy de este In for the count lleva vendidas más copias que la edición original del álbum. Y no busques el disco en las plataformas habituales; no está. Cómo te quedas. Si tienes interés, aquí te dejo un enlace para que puedas escucharlo completo.
Vamos con la música.
Al pinchar la cara A, arranca In for the count y, tras un sinte, nos golpea un riffazo de Mr. Kulick que se corta para dar paso a la voz de Castro. Curioso que este tipo no tuviera más recorrido, porque, al menos aquí, canta con un gusto exquisito. Vuelta al riff principal y estribillo de esos a los que no puedes poner una peguita. La verdad, este tema me parece una joya del hard melódico. Qué elegancia y buen gusto. Is it over mantiene el pulso, con un ritmazo pegadizo y mala leche en las guitarras, unos sintes bárbaros, bien metidos, y un buen solo de Kulick. La letra de Slow motion es un alegato para tomarse la vida con calma (principios de los ochenta, ojo), a “move with the wind/take your time/slow motion/breathe from within/easy your mind”. Siendo fiel a lo que reclama, bajan de revoluciones y arrastran la melodía sobre un bajo y un teclado machacones hasta un sencillo estribillo. Las armonías vocales están muy bien logradas aquí. Golosina (empalagosa, eso sí). Undercover man cierra la cara con un rock rápido donde mandan las guitarras, quizá donde más se suelta Bob; una lástima que hagan un fade off en mitad de un solazo que podría alargarse en una jam modélica.
La cara B comienza con otro temazo, On my honor, donde todos los músicos tienen su momento de gloria, completísimo de principio a final y con un toque Queen en los arreglos. Bárbaro Castro. Otro fade off romperollos, qué le vamos a hacer. All the way tiene una letra curiosa: dame un poco más, llévame a tu cama, “I’m finding hard to get to first base/to have me some space with you” porque, nena, “I wanna go all the way with you”. El inicio de batería abre una canción con cambios, quizá demasiado ochentera hasta para mí, típica de blockbuster, pero, qué narices, una pasada también, y me flipa el estribillo. Se meten en un corte más elegante de título Pull the plug, una especie de medio tiempo muy bien arreglado donde Castro interpreta de maravilla, un sobresaliente. Resulta curioso que no haya ninguna balada como tal en el disco. Bedroom eyes recupera el jugueteo rítmico y trae de nuevo los teclados a primera línea, un corte muy popero de estribillo melífluo a varias voces. Cierran con We can have it all, canción de desamor “why can’t we just make a habit to understand our love”. Ese comienzo con batería y voz es fantástico, luego entra el sinte y, justo antes del estribillo almibarado, el resto de la banda, un ritmo pegadizo, muy Boston, otra de mis favoritas.
Una reflexión sobre esta obra. Más allá del gusto de cada uno (si no te gusta, es que no tienes, a eso me refiero), el sonido es fabuloso. El primo Bongiovi sabía muy bien lo que hacía. Y el conjunto rezuma elegancia y savoir-faire.
Lo de la portada… No tengo claro si me gusta o no. Un rollo hipermoderno para la época, me temo, incluso con cierta elegancia, pero no acabo de entenderla. ¿Buscaban un “balance” estético? ¿Llamar la atención? ¿Cortos de presupuesto? En los créditos no se aclara la autoría. Por algo será.
Dadle cariño a esta propuesta mientras disfrutáis del fin de semana.
No es de mis discos favoritos del género, por ahí tengo las reediciones de Rock Candy, el debut me gusta más. Ya que nombras a Peppy Castro, los Blues Magoos si que me gusta sobre todo el debut, con la psicodélica versión del Tobacco Road.
ResponderEliminarSaludos!
El debut es un muy buen disco también, pero yo prefiero este. Los dos son excelentes de todos modos. Si te gusta Blues Magoos, normal que este no esté entre "tus favoritos" 😂😉 Es imposible que a todos nos guste lo mismo. Si lo tienes en la edición de Rock Candy, tendrás también los extras, que no desmerecen. Buena colección el catálogo de Rock Candy, para que me lo regalen por Navidad enterito. Un saludo.
EliminarEstupenda entrada. Basurilla de la buena, un hard melódico de enorme calidad y muy disfrutable. Y qué decir del gran Kulick, otro hard rock working man todo terreno. Sin embargo creo que estamos ante el típico producto sin mácula... que sin embargo carece de un "algo" que haga especial al grupo. Con todo, parafraseando a Doug Marcaida, este álbum, mola. Un abrazo. KING
ResponderEliminar¡Claro! Un disco excelente en todo pero sin un extra-point. No todos pueden fichar a un Perry para hacerse de oro o soltar "el single" del año. Aun así, te cojo la frase: mola, sí. Abrazo de vuelta.
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