Aprovecho la reciente visita a nuestro país de la banda multigermánica Helloween para compartir aquí contigo, lector con orejas inquietas, otro de esos discos que me gusta catalogar con la etiqueta de “síndrome del disco de después”: aquella obra musical editada tras un pelotazo, éxito o gloria en forma de DISCARRAL y que palidece a su sombra independientemente de su calidad o éxito. Discos que han sido “un fracaso” porque vendieron la mitad que su predecesor o porque, simplemente, no respondió a las expectativas. En este contexto, queda claro que casi cualquier cosa que nuestros protagonistas hubieran editado después de “Keeper of the seven keys II” (más aún si lo consideramos un solo disco con su primera parte) iba a ser valorado con el rasero de una(s) obra(s) catalogadas aún hoy como Obras Maestras del Discarralismo (OMD para los entendidos). Si añadimos que las acciones (o inacciones) de algunos de los protagonistas de la banda y alrededores contribuyeron a dificultar la propia creación de la obra, nos podríamos esperar lo peor.
Y para nada este disco es “peor” o “malo” o “flojo” o “prescindible” o, como decía yo en mi antiguo blog, “basura”. En cualquier caso, siendo #FFvinilo un blog ecléctico, no estará mi tan amado Pink bubles go ape entre lo peor que se comparta estas semanas. Y, si me aprietas, lo pongo en el top 5 del grupo. Cuando quieras lo discutimos con unas cervezas fresquitas. Bueno, si me aprietas mucho y las cervezas están MUY fresquitas.
Vamos al turrón de calabaza. Deberías ponerte el chubasquero para seguir leyendo, porque aquí va a caer mucha mierda.
Fueron años turbulentos, casi diría que olvidables para la banda y sus ambiciones. Por un lado, dieron el salto de la compañía Noise a la enorme EMI; eso puede tomarse como el reflejo del éxito que habían alcanzado, claro, pero fue su cruz: lo que hicieron desde los despachos con el grupo fue destrozarlo. Por otro lado, los problemas de egos (o creativos, según los protagonistas) derivaron en el abandono de la piedra angular de los primeros años de la banda, el guitarrista, cantante y compositor Kai Hansen. Eso conllevó mayor protagonismo para el cantante Michael Kiske y un mayor peso en el otro guitarrista y gran clásico del grupo, Michael Weikath. O debería.
Comienzos de 1991. Los magnates de EMI deciden prescindir de los dos “tommys”, Newton y Hansen, que habían producido y mezclado “los keepers” y poner a uno (por entonces) de moda en eso del hard&heavy llamado Chris Tsangarides, un genio que ya había puesto sus zarpas en discos de Thin Lizzy, Gary Moore, Black Sabbath o King Diamond y que tan solo unos meses antes había producido el imprescindible Painkiller de Judas Priest. Weikath dijo en una ocasión que “a Chris simplemente no le gustaban mis canciones, él no llegó a comprender cierta inteligencia que tenían”. Ahí lo deja.
En todo este proceso creativo, el bajista Ingo Schwichtenberg se alía con Kiske en la toma de decisiones, por lo que Weikath firma como autor tan solo en dos canciones, una a medias con Kiske y el nuevo fichaje a la guitarra, Roland Grapow. Por el contrario, Kiske aportará cinco, Grapow tres y ambos colaboran en otra más. Ya desde esta perspectiva, el viejo sonido Helloween sufre una gran traición. Adiós, Hansen; calla la boca, Weikath. Por cerrar el círculo sonoro: parece ser que el propio Tsangarides afirmó años después que su experiencia con Helloween fue, de largo, la peor de su carrera profesional.
La producción se llevó a cabo en los PUK Studios en Gjeriev, Dinamarca, con el nombrado Tsangarides a los mandos y el control absoluto. Dos canciones (Heavy metal hamsters y I’m doin fine, crazy man) se grabaron en los Sound House Studio de Hamburgo, con la propia banda como productores y la mezcla final de Tsangarides. A los músicos ya nombrados (Michael Kiske a la voz, Roland Grapow y Michael Weikath a las guitarras e Ingo Schwichtenberg al bajo) se añade el baterista Markus Grosskopf. Los teclados y algunas programaciones sueltas las hicieron Pete Iversen y Phil Nicholas.
Tras una breve intro acústica muy prescindible, aunque simpática, arranca uno de los platos fuertes, Kids of the century. Gran canción con una base rítmica brutal y Kiske en su top. Heavy metal bien evolucionado desde los Keepers y deudor de ellos, con estribillo pegadizo y buena pareja de solos. Back on the streets tiene un punto veloz, un gran solo y un buen aporte de Markus; combina pasajes más agresivos con un estribillo agradable y sencillo. Funciona muy bien. Number one quizá sea la más floja de la colección y, aun así, le reconozco un apetecible trabajo de Ingo, un buen riff y una (nueva) interpretación vocal soberbia (salió como single, todo mal). Supongo que en sus cabezas esta canción sonaría muy bien en los directos, con la peña cantando. El toque más hard de Heavy metal hamsters resulta un momento memorable de esta experiencia sonora y un poco autoparodia con sus referencias a la industria musical y de cómo busca mascotas que se suban a la rueda y la hagan girar a cambio de dinero. Goin’ home tiene otro gran trabajo de Ingo y Markus, rítmica, activa, pegadiza. Y me gusta el estribillo y el intercambio de solos también.
Someonte’s crying me parece una de las canciones más infravaloradas del catálogo de la banda y una pena que no suene cada noche en sus conciertos. Una de las mejores interpretaciones de Kiske, gran trabajo de guitarras y, joder, vaya bajo. Totalmente emparentada con los primitivos Helloween, a pesar de estar compuesta por Grapow. Sigue otro momento memorable donde se mastica el sabor Keeper, Mankind. Juegan bien con los tempos, desarrollando un tema largo (el más del plástico) de brillante ejecución. I’m doin’ fine, crazy man intenta remedar el cachondeo musical, pero vuelve a ser un punto flojo del disco; eso sí, entretenida y con un buen estribillo. The chance tiene gancho, emotividad y cierto aire power al estilo de los Keeper, sin mucho aspaviento, deja su poder de convicción más que ninguna a la voz. El cierre con Your turn sigue la estela de otras grandes canciones acústicas del grupo, con un poso roquero.
Si de la música podemos discutir, no podemos hacerlo de la mayor traición: no estuvo ni en la composición, ni en el sonido, ni en los músicos, si no en la estética. Por Lucifer, a quién se le ocurrió que una portada tan horrible sería un buen reclamo, qué cabeza feliz en qué despacho con olor a cocaína y sudor decidió esconder las calabazas y poner los huevos fritos. ¿Y ese despropósito de vídeo para Kids of the century? ¿Tanto costaba meter público en el falso directo para que no fuera tan falso? Al menos es coherente con la estética de la portada y tal. Que tampoco hacía falta. Se responsabiliza el otrora genial Storm Thorgerson (el de Hypgnosis, ese mismo) con Colin Chambers y fotografías de Tony May. La chica de la portada, por cierto, es la sobrina de Thorgerson, quien también dirigió el vídeo nombrado. Desaparecen las calabazas y las sustituyen (incluso en el logo) por burbujas. What the fuck!? Ya es un desastre esa muchacha comiéndose un pescado con el pasillo onírico a su espalda a lo que sumamos el logo y el ridículo nombre del álbum (las burbujas rosas se vuelven locas ¿en serio?, si al menos hubieran sido las calabazas rosas). El señor de la contraportada con dos huevos fritos (plancha más bien) por ojos tampoco invita a comprar el disco. Además, el gatefold animó a los artistas a seguir destrozando el ideario estético del grupo. Burbujas por el mundo. Todo muy imaginativo, Storm, pero fuera de lugar. En la separata interior aparecen, por fin, las calabazas. En formato blanco y negro e intentando recoger el sentido del humor de anteriores propuestas sin, por supuesto, conseguirlo. ¿Y qué pinta un chimpancé ocupando el fondo? Imposible leer las letras. Igual el mono creó realmente este engendro.
Para rematar al moribundo, cuando el disco se publica la antigua compañía mantiene atado al grupo en los tribunales. El disco de las burbujas se lanzó en la primavera de 1991 en Europa y Japón, pero en Estados Unidos y en Alemania (sus mayores mercados) el álbum se retrasó hasta abril de 1992 debido a estas peleas jurídicas. Tras meses de tiras y aflojas, llegan a un acuerdo (por dinero no será) y vuelven a los escenarios. La banda estuvo sin tocar desde junio de 1989 hasta noviembre de 1992. El álbum, directamente, salió de las prensas a la basura. ¿Tendría posibilidades de éxito en aquella época un álbum sin gira? La propia banda se había ganado a su masa de fans de escenario en escenario. Cuando quisieron retomar los directos, además, las tensiones internas eran muy sustanciosas. En defensa del grupo: cuando tocaban un set list largo como cabezas de cartel incluían ocho o nueve cortes de Pink bubles go ape, y en los cortos, cuatro o cinco. Se esforzaron por defender su nueva música.
La copia que comparto, a doble hoja, bien terminada y de buena calidad, a pesar de lo ya comentado, se imprimió en Madrid en el año de la edición.
Disfrutad del fin de semana y aprovechad que aún es temporada de calabazas...




Comentarios
Publicar un comentario