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The Band - "Northern Lights - Southern Cross" (1975)


...el espíritu del disco, lo que se oye o no se oye detrás de los instrumentos, es lo que de triste tiene este disco, el febril silencio que se oculta en la música...
Por Jorge Garcia.


La historia de 
The Band desde el punto de vista biográfico no difiere demasiado de la de cualquier otra banda de rock de las muchas que han pisado la piel del planeta.

Agrupación acontecida en parte por gracia del azar, sus primeros pasos vienen presididos por la unidad, la juventud con sus irresistibles ganas de vivir y jugar, y por la química haciendo explotar matrices de creatividad. Llegaría después la maduración, proceso individual que hace cargar con glorias o con cruces, dependiendo de quien se trate, y finalmente la dispersión, en especial en lo que a sentimientos se refiere, nada nuevo bajo el sol: luchas de egos y cuentas pendientes que se vuelven fuertes en corazones que se sienten dolidos por mil y un motivos, seguramente mucho menos importantes de lo inicialmente percibido.

El caso es que en 1975 la formación canadiense sumaba cuatro años sin grabar temas nuevos, su último trabajo juntos había sido acompañando la grabación del "Planet Waves" (1974) de Dylan con su posterior gira, (primera en ocho años del genio de Duluth), y la grabación del disco de versiones "Moondog Matinee" (1973).

Finalmente reunidos en un proyecto común, en 1975 se trasladan a Malibú y allí graban en los recién inaugurados estudios Sangri-La su séptimo álbum de estudio (quinto sin contar directos ni álbumes de versiones), este "Northern Lights - Southern Cross" de incuestionables excelencias artísticas, pero de amargo poso sentimental por significar, desde su nacimiento, el claro principio del fin de una de las formaciones mas sublimes y perfectas de la historia de la música americana.


Y es que al entrar en los estudios apenas queda grupo, apenas queda nada, apenas queda The Band. Por primera vez, la composición recae en exclusiva sobre los hombros de un único componente: el sempiterno Robbie Robertson, el resto de miembros no aportan apenas nada, y esto se nota en el sonido, pero sobre todo se nota en las ausencias:  En el terciopelo típico de las composiciones amargas y melancólicas de Richard Manuel, en la ausencia de enraizamiento que usualmente aportaba el inolvidable Levon Helm a la actitud del conjunto, que parece oficiar aquí únicamente como batería y voz y tampoco se encuentra el tono country de fuertes colores crepusculares que aportase en otras empresas Rick Danko... Lo dicho, el espíritu del disco, lo que se oye o no se oye detrás de los instrumentos, es lo que de triste tiene este disco, el febril silencio que se oculta en la música - fabulosa eso sí - que podemos escuchar a lo largo y ancho del vinilo.

Otra evidencia que incide en lo comentado es el papel creciente en importancia y empeño que desarrolla el académico Garth Hudson, músico de docta formación que hasta la fecha había sublimado a propios y extraños con su inapelable virtuosismo con tantos instrumentos como pusiesen a su alcance, oficiando incluso de profesor del resto de los componentes del grupo, pero su implicación en asuntos creativos nunca había sido excesiva.

En este disco en cambio, la utilización por parte de Hudson de sintetizadores y el empleo para la creación del sonido de un magnetófono de veinticuatro pistas, son determinantes para que los temas de este trabajo tengan ese sonido neutro pero profundo, rockero pero clásico, sin rastro de hermanamiento pasional con ningún estilo, un sonido como definió Colin Larkin: exuberante y panorámico.

En cuanto al tracklist, poco que decir: Una colección de temas de perfecta construcción melódica, con un aire de evidente nostalgia y una perfección y redondez en el resultado final como la banda no conseguía desde los tiempos dorados de sus tres primeras masterpieces.

Si el sonido resulta sinuoso y con una especie de remembranza de efectos psicodélicos ya caducados, unidos a un cierto sabor soulero y jazzístico de tradición americana, las letras se muestran maduras y elaboradas, intelectuales unas, como en "Jupiter Hollow" de temática mitológica griega y sin el uso de ninguna guitarra en el planteamiento sonico de la misma, o con acontecimientos históricos presentes en los textos de la fantástica "Acadian Driftwood" levantada sónicamente sobre una base de acordeones, o incluso reflexiones autobiográficas del propio Robertson en cortes como "Rags and Bones".

Son también, por supuesto temas muy destacables, la hermosa y melodramática "Hobo Jungle" exquisitamente cantada por Manuel, el Dixieland Nueva Orleanesco de la grandiosa "Ophelia" o el soul bailable y ácido, casi funky (y sin casi) de "Ring Your Bell".

Extensas y definitivas resultan la apertura del LP con la lisérgica y mas ortodoxa a lo genuino e intrínseco de la banda "Forbidden Fruit", y la maravillosamente envolvente y emotiva "It Makes no Difference", auténtica favorita para un servidor.


Disco agridulce para el que suscribe, hasta la preciosa portada me arrastra a pensar en una despedida aún no decidida pero si intuida y conocida por todos los miembros del grupo, que junto a la hoguera parecen dejar volar sus pensamientos a miles de km. de allí. "Northern Lights-Southern Cross" es, a pesar del falso "Islands" (1977) (publicado por compromisos con la discográfica), el último disco de los gloriosos The Band y lo considero una de las joyitas de mi colección.

Comentarios

  1. Entrada muy completa, como siempre. Evidentemente, a nivel musical no puedo decir nada malo respecto a la banda, pero no me provoca emoción alguna. La inicial Forbidden Fruit me ha hecho albergar esperanzas, pero a partir de ahí -para mi subjetivo gusto, ojo- música de calidad pero para escuchar de fondo. Rag and Bones también me ha llamado la atención. Eso sí, Jupiter Hollow no me ha gustado mucho, no me encajan esos sintetizadores. Saludos. KING

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  2. Hace casi diez años trajiste por el blog "Rock of ages" y casi diez años después mi conocimiento de este grupo ha aumentado considerablemente. Me hice con el susodicho (él único que tengo en vinilo junto al famoso The Last Waltz) y de vez en cuando acudo a alguno de sus primeros discos, los que más me gustan. Este, que he vuelto a escuchar, creo, como dices, que está por debajo de aquellos, sobre todo por esa sensación de tren descarrilando. Sin embargo, ya quisieran muchos grupos de la época haber compuesto un descarrilamiento como este. En fin, una buena ocasión para volver a repasar sus discos los próximos días. Un saludo.

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  3. Completísima entrada de la madre de todas las bandas. Adoro a The Band y, aunque como Manu disfruto más del Music from the Big Pink y el homónimo, creo que estamos de acuerdo en que esto es un principio del fin maravilloso a la altura de la leyenda. Yo también lo consideraría una joya de mi colección si lo tuviera, pero hasta la fecha nunca lo he visto en ninguna tienda. Espero que eso cambie en un futuro cercano. Feliz finde y vivan the Band!

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