Todas las bandas alcanzan en algún momento un “punto final”: si sobreviven a esa crisis el futuro del grupo está asegurado; de lo contrario, ¡adiós, amigos! En el caso de Magnum, este es el álbum que cambió la historia de la banda, el que pudo haber sido el final y se convirtió en la puerta al futuro.
Porque, cuando los muchachos estuvieron listos para grabar el que sería su cuarto disco de estudio, se encontraron con un “pequeño” contratiempo: la compañía (Jet Records) se negó a poner dinero para un productor o un estudio decente. Y, eso, teniendo en cuenta que su anterior Chase the dragon había alcanzado un decente puesto 17 en las listas de ventas británicas. Tony Clarkin se vio en la obligación de encargarse de la parte técnica por primera vez (en el futuro lo haría numerosas veces) y en unos estudios que, según sus palabras, “tenían un nivel tecnológico de 1930”. Bob Catley hizo de ayudante de producción y Dave Garland de ingeniero.
"¡Vamos a hacer una tortilla de patatas sin patatas ni huevos!", debió de pensar nuestro héroe barbudo (por entonces).
La juventud y la terquedad pure british de Clarkin le llevó a meterse en los Portland Studios de Westminster, Londres, con los colegas habituales: Bob Catley a las voces, Wally Lowe al bajo, Mark Stanway a los teclados y Kex Gorin en la batería. Clarkin, junto a la composición y la producción, se encarga de todas las guitarras. Aun en estas condiciones, que justifican parte del sonido “extraño” y “aviejado” de algunos pasajes y, sobre todo, la pobre mezcla en las partes más complejas, el álbum salió a la calle en mayo de 1983 con once canciones (y otras dos que no entraron finalmente). ¿Qué hubieran hecho Mutt Lange o Kevin Beamish con este material y su fantástica magia? Soñar es gratis, ojo. Como anécdota, el estudio daba pared con pared a una embajada "famosa" y cada dos por tres tenían que dejar de trabajar por las interferencias que las transmisiones al extranjero de a saber quién hacían con el equipo de grabación. Un ambiente ideal de trabajo.
¿Y a qué suena este The elevent hour?
Arranca con un complejo juego de acústicas The Price para evolucionar a un hard rock ochentero (tamiz Clarkin) con unas buenas guitarras y un crescendo pegadizo “But it's hard to see clear/For we might disappear/With the prize hardly won”. Breakdown parece una danza mágica; imagino un salón oscuro iluminado apenas por velas y una pareja dando vueltas al ritmo arrastrado de este corte y su dramática letra “I know what happens the moment you turn out your light/And I know what happens, it happens to me every night/You start to breakdown, breakdown/You're going to crucify yourself, you're lost”. Quizá la mejor interpretación de Catley, técnica y personificada, marcando el dolor y la pérdida que narra. Dobles guitarras juguetean en The great disaster, uno de los cortes más heavies del álbum, con un solo de sintetizador incluido. Vicious companions tiene ese aire medieval al que falsamente se asocial a la banda, pero en el que cae de vez en cuando, en este caso con buen resultado final. La canción mantiene el pulso roquero en el estribillo (de los mejores) y en la parte central. No puedo evitar acordarme de Jethro Tull. Sigue otra joyita, de ritmo acelerado y buen riff, titulada So far away; aquí hecho en falta más que en ninguna esa producción profesional, ese toque que el dinero y la experiencia aportan, porque tiene todo para ser un temazo (que lo es, en cualquier caso).
Giramos el disco y aparece la verdadera joya de la corona: Hit and run. Quizá la canción que mejor y más han mantenido en sus giras posteriores, un must de su discografía. Letra, melodía, arreglos, guitarra, estribillo, interpretaciones, todo encaja con sencillez y armonía. Disfruten, por favor. One night of passion cambia el tono, un medio tiempo en el que la guitarra brilla como solista, demostrando Clarkin, con sencillez y buen gusto, cómo adornar un tema de este tipo. The Word es una balada típica de aquellos primeros ochenta, con un piano en primer lugar y un arreglo vocal y de sinte en el estribillo, “life is a precios thing”. Bob canta con sentimiento, lo mejor del tema. Young and precios souls es otro de los hits del álbum. Rítmico (lástima el sonido de la batería), con acertados cambios y un brutal estribillo. La letra inspiró el dibujo de la portada “and through this madness find/You've been bought and sold/Too late to be tender, far to many fall along the way”. Cierra Road to Paradise esta colección con una perfecta composición que suena al futuro de la banda, a lo que sería un “típico” tema Magnum en muchas ocasiones postreras. Esa cama instrumental sobre la que se alza la voz de Catley, fraseando hábilmente mientras se mete en el papel, para acabar en un estribillo fantástico con cierta épica (ese sonido gigante, qué bien le hubiera venido). Una joya olvidada del catálogo de la banda.
El álbum alcanzó un notable puesto 38 en las listas de ventas británicas, con un cuarto puesto en los charts de heavy metal (nada mal para los primeros años ochenta). La banda se atrevió a salir de gira encabezando su propio cartel, con Santers y Stampede como teloneros. El éxito efímero del verano se vino abajo en otoño. Jet Records finiquitó su contrato y se quedaron sin apoyos. En la primavera de 1984 intentaron relanzarse con un nuevo tour que acabó abruptamente por la muerte de la madre de Clarkin. Este, hundido, fue incapaz de volver a los escenarios. Aunque el resto del grupo le buscó un sustituto (Laurence Archer, de la banda Stampede), apenas duraron unos asaltos.
Con este cuadro, Stanway decidió buscarse las habichuelas en otro plato y acabó en la efímera banda Grand Slam junto a Phil Lynott (no está mal). Gorin también se enroló en otros proyectos, como girar con Trapeze o aparecer en el siguiente álbum de Stampede. Catley realizó las audiciones para Black Sabbath (acababan de terminar el experimento con Ian Gillan), obviamente sin éxito, e intentó montar su propio proyecto.
Cuando Magnum parecía abocado al olvido, Tony se encontró con Bob y decidieron probar a hacer algunos conciertos navideños, para “ver cómo iba la cosa”. Reunieron una banda de amigos, las actuaciones resultaron muy positivas y decidieron comenzar 1985 como Magnum.
Y su siguiente disco se tituló On a storyteller's night y fue todo un éxito. Pero eso ya os lo cuento otro día.
La edición que os comparto es la británica de la época, sin mucho lujo, pero bien acabada. En la portada, segunda a cargo de Rodney Matthews, se ve un escenario apocalíptico en el que un personaje de aspecto siniestro se dirige a unos niños; se sienta en un trono coronado con el símbolo del dólar y lleva puesta una máscara. A su alrededor, algunos de los males que acosaban a la juventud de la época: drogas, la amenaza nuclear y armamentística o la polución y la desertización entre otras. Lamentablemente, hoy está de plena actualidad.
Estupenda entrada para -supongo- cerrar las colaboraciones de este viernes. La verdad es que el primer tema es estupendo y superochentero y presagia un álbum de órdago. Luego, como cuentas, uno se encuentra con que el nivel de la obra en general no llega a lo que podría haber conseguido un presupuesto a la altura del talento de la banda. Aún así, Magnum siempre ES BIEN y el resultado es más que solvente pese a todo. Disfrutable y recomendable, como todo lo que Clarkin y Catley regalaron al mundo. Un abrazo. KING
ResponderEliminarMagnum siempre es bien como ley de vida. Podría haber sido un top total. Aun así lo sacaron adelante con mucha dignidad. Abrazo de vuelta.
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